Imaginemos un padre que pregunta periódicamente a su hija qué tal le ha ido en clase y ella le contesta varias veces que ha estado todo el rato jugando. Probablemente, al día siguiente, dicho padre se presente alarmado – o peor, iracundo – en el instituto para comprobar qué es lo que está ocurriendo.
Y es que… ¡No está bien visto jugar en clase!
Aprender requiere esfuerzo, trabajo y constancia.
No debe ni puede ser divertido.
A jugar, en el recreo.
Sin embargo, los avances en Neurociencia apuntan a que no hay aprendizaje si no hay emoción.
¿Y qué es el juego sino emoción?
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